jueves, 22 de marzo de 2012

Con sabor a mate, yerba mate

Con la intención de promover la lectura, sin olvidar que la educación debe partir de la construcción de la propia identidad para así enriquecer el mundo, se presentó "MISIONES LEE", que consiste en una colección literaria prevista para los colegios primarios y de nivel medio, constituida por autores de la provincia y temática misionera.

Tiki Marchesini, diputada provincial, participa de la iniciativa con la edición de un cuento llamado "Con sabor a mate, yerba mate", que toma uno de los símbolos de la identidad misionera por excelencia, para narrar a través de él, el viaje de una exiliada en Europa, en época reciente, plena crisis del 2000.


Tiki presentó su cuento, al igual que otros autores de Misiones, como Rosita Escalada Salvo, Raúl Novau, Olga Zamboni, Norma Varela, Sonia Melo, Hugo Mitoire y el Grupo Literario "Barro" representado por Natalia Aldana, como parte del programa que lleva adelante el Ministerio de Educación provincial, para ofrecer a las escuelas textos de estudio que aborden la identidad regional. 














Con sabor a mate, yerba mate

Es el cuarto mate que preparo esta mañana.
Ni el ron, ni el whisky, ni el coñac pueden más que un buen mate. Más aún mientras la nieve cae y me recuerda quién soy…. Te lo dije siempre. Forma parte de mí, el sabor amargo y caliente, como el de mi tierra.

No puedo perder esta costumbre porque sería como perderme a mí.
Todavía hay un poco de la yerba que compramos el otro día en la dietética; esa que queda a la vuelta de la pensión donde vivíamos…. Vuelco la yerba adentro. Sacudo el mate boca abajo. Ubico la bombilla después de humedecer la yerba con agua tibia. ¿Te acordás cuando te enseñé a prepararlo? ¡Fue aquél día, el que llegaste a la pensión, con tu inmensa mochila y tan sucio como alma del Diablo! Yo volvía de buscar trabajo, una vez más, cuando te vi. Fue un instante. Fue suficiente.

Miro la valija a medio hacer. El reloj. El reloj. Me olvidaba del reloj que compramos en la feria. ¿Lo usarás cuando no esté? Nuestro único bien común. Es antiguo pero funciona. Suena como una marcha intensa. Se hace tarde. El agua ya está. Casi hierve. Apago el fuego.
Siento el calor que sale de esta vieja pava que te regaló tu madre y casi como en una melodía percibo al unísono la nieve. La manija de la pava ardiendo en mi mano, ese hielo ahí afuera. …, y siento el frío que me recorre el alma. Tenía razón. Ella tenía razón. “El diablo más sabe por viejo” te contestó aquel día.

El vapor del agua me va quemando mientras busco desesperadamente una agarradera. La misma. La misma agarradera que traje de casa. Amarillenta y manchada. Nunca quise limpiarla. Cada color nuevo, cada mancha, era un poco de mi historia que se agregaba como pintada en un cuadro, en un lienzo. Me la llevaré conmigo. Cierro el termo. No sé qué decirte. ¿Cuánto de mí queda aquí?.
Es la cuarta vez que preparo mate esta mañana y aún no cierro la valija. Todavía me retumban sus palabras. “Esa inmigrante no es para vos. ¿Qué estás haciendo de tu vida? Fuiste a los mejores colegios, tuviste una buena formación, una buena familia y se te viene a dar por todo eso... Tu padre se volvería a morir si te escuchara hablar: ¡Revolución! ¡Igualdad! ¡Dios mío!”

Cebo el primer mate de esta vez que lo rearmo y siento que esta mañana en realidad he rearmado mi historia. Cuando intento cebarlo casi me salta el agua. Me salpica. Como las palabras de tu madre. Pero del mismo modo que entonces evito quemarme. Ya sé cuidarme. Sé que siempre el primer mate salpica. Puedo alejarme a tiempo de aquello que me hiere. El segundo que cebo no tiene riesgos.

Miro la valija y compruebo que llevo todo lo necesario. Lo mismo que traía cuando te conocí. Apenas los jeans gastados, las remeras lisas sin inscripciones, como me gustan, salvando esa negra con la cara del Che que ahora está tan vieja que la uso solo para dormir, una pollera, un par de pareos y vestiditos, los suéters que me tejió mamá; esos, los dejo bien arriba. Hace mucho frío y el camino es largo.

El reloj. El reloj. Sigue recordándome con su marcha a qué hora parte el tren. El reloj. Es lo único que me llevaría. No tiene nada de tu historia familiar. Tiene nuestra historia. Sorbo otro mate amargo. Igual a nosotros. Caliente y amargo. “Una pobre vieja, eso es lo que soy. No te importa tu madre. Ni tu futuro”. Otro mate. “Todo por esa ilegal argentina que te cambió la vida… ¿Sabés lo que quiere, no? ¡Tu nacionalidad, eso quiere!”. Otro mate más y me voy. “Tenés que hacerte cargo de todo lo que la familia te dio. Tenés que hacerte cargo de tu historia. O no vas a verme nunca más en la vida”.

Un mate más. Saco de la valija el suéter negro. Tiene el olor de mi madre. El último que me tejió antes de mi partida. “Voy a crecer mamá, voy a buscar un mejor futuro para mí, para ustedes.” Apoyo el suéter en mi boca. Mi lengua apenas lo roza. Un poco de sabor a sal. Sus lágrimas. Las de mi madre aquél día. Y las mías. Las de antes y las de ahora.
No puedo enfrentarme a tu madre. No puedo cambiar tu realidad.

Apoyo el mate para cerrar la valija. Vuelvo a observar el reloj. Me doy cuenta que me cuesta ver la hora. Estoy llorando. No me es fácil dejarte. Tampoco puedo encontrar un pañuelo con todo empacado. Debo tener tiempo aún. Mejor voy al baño.

Mis ojos rojos. Mi nariz de payaso. ¿Hace cuánto que lloro? El espejo refleja detrás de mi la valija abierta, el mate apoyado y el reloj… como para que no me olvide que hay un tiempo. Un tiempo para todo. También para mi partida.

El agua en la cara me hace bien. Me limpia. Me da luz. Otra vez el mate. Está muy amargo. Me demuestra el tiempo que pasó. Tibio y amargo. ¿Tanto estuve en el baño? Quedó estacionado. …Tengo que arrancarlo… Todavía sabe muy amargo. Estará mezclado con mis lágrimas. Vuelvo a cebarlo y ya está mejor. Va tomando temperatura.

La nieve afuera me recuerda que tenía el suéter negro en la mano, ¿dónde lo dejé?, Separo también el sobretodo. Miro la puerta. Apoyo el mate en la cocina y voy hacia la puerta.

En dos horas estarás entrando por aquí como todos los días, con tu andar cansino, intelectual, el mismo que tuviste siempre. Prefiero recordarte así. Y como un ritual primero me buscás con la mirada. Sabés que estoy en la cocina, preparando un mate para esperarte. Dejás los zapatos, la agenda y el sobretodo a la entrada. Me sonrío. Sé que estás ahí. Y casi sin hacer ruido te abalanzás a la cocina para sorprenderme con tu cara helada y tu abrazo inmenso. Me doy vuelta y el beso infinito se funde por un instante con el sabor de la yerba… Revolcados en la mesa. Todo sabe a amargo y dulce. El mate ya está frío. No importa. Sabe muy amargo. No importa. Quedó estacionado. No importa. Tengo que arrancarlo. Hay tiempo, me decís, hacemos uno nuevo.
Me acomodo el suéter, la pollera. Te acomodás el pantalón y la camisa de vestir. Tiro la yerba usada en el cesto. Miro vestirse a este hombre que es otro, sin mochila y sin jeans. Pongo yerba nueva. Cebo uno y te lo paso. Me mirás. Tu madre está feliz, lo sé por tu mirada. Lo bebés. Los dos sabemos que esto así no va a andar. Me besás. Te vas al dormitorio y volvés con tu remera más vieja y el jeans más gastado. Cinco mates seguidos fue el tiempo que te llevó. Cinco mates seguidos fue el tiempo que me llevó. Muchos días.…

Me pongo el suéter. Vuelvo a olerlo. Como si eso me diera fuerzas para no olvidarme quién soy, qué quiero, por qué dejé mi país y por qué ahora te dejo a vos. Lo aprieto con mis manos mientras voy a la cocina. Tomo un mate amargo, amarguísimo y tibio. Se enfrió. Registro nuevamente el tiempo que pasó. Como si ese fuera mi reloj. Es mi reloj. Me vuelvo y veo la valija aún abierta. Nuestro reloj al costado. ¿Qué hago con él? Un mate más y me da fuerzas.

Cierro la valija.

El sobretodo. El ticket está en el bolsillo derecho. Tengo un pañuelo en el otro. Por suerte. Siento algo amargo. El mate. No. Las lágrimas. El termo, que no me olvide. ¡¿Cómo me voy a olvidar?! El pañuelo está mojado. Compro yerba por el camino. Pañuelos de papel también.
Miro nuestro reloj. No veo qué hora es. Está todo empañado. ¿Seré yo? ¿Será la nieve? Busco el bolso, el portatermo en la cocina. Tomo el último mate. Guardo todo. Me lo cuelgo en el hombro derecho. No, mejor en el izquierdo. Busco las llaves. La valija en mi mano derecha. Rápido. No quiero arrepentirme.



Miro nuestro reloj. Lo dejo en la cocina. Ya llevo el mío colgado. Salgo a la calle. El frío me frena. La puerta que cierro me golpea.
Me despierto violentamente sofocada. Tu mano me acaricia. Aspiro hondo. Tengo puesta la remera del Che. Miro alrededor tus jeans y zapatillas. El mate al lado de la cama. Me levanto. Reviso lentamente cada lugar de la casa. No hay valija. El sobretodo está guardado. Voy a la cocina. Miro nuestro reloj. Son apenas las tres. Espío por la ventana. Afuera está oscuro. No nieva. Tomo la vieja pava que te regaló tu madre. Enciendo el fuego.
Y hoy, solo por hoy, decido prepararme un té.



Tiki Marchesini - 2010
www.autores.org.ar/lmarchesini




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